Por: Stjepan Ostoic Papic
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Aquellas y aquellos que tuvimos padres que nacieron entre los 50’ y los 60’, crecimos escuchando la canción “Getsemaní”, de Camilo Sesto. No recuerdo la primera vez que la oí, pero hasta el día de hoy se me eriza la piel al escuchar esa interpretación descarnada que humaniza una figura tan relevante para la cultura occidental como es Jesús de Nazaret.
Pasados mis veinte años, cuando ya había caído en el vicio intelectual de la cinefilia, revisé “Jesucristo Superestrella” del director Norman Jewinson, de 1973. Había escuchado testimonios de que la película estuvo meses en la cartelera chilena, significando un hito musical en un tiempo oscuro y complejo como la dictadura. Sin embargo, la película superó ampliamente mis expectativas, transformándose, probablemente, en mi adaptación favorita de los evangelios.
Si bien no existe un acercamiento realista a la figura de Jesús (algo que sí trata de hacer Mel Gibson en su violenta “La Pasión de Cristo”, o Franco Zeffirelli en su estilizada “Jesús de Nazaret”); “Jesucristo Superestrella” rescata los valores del movimiento hippie y los yuxtapone, gracias a la música, con la vida adulta de Jesús. No sólo impresiona su estilo rockero, sino sus letras que se centran en el dolor, la duda y el miedo de lo que significa ser hijo de Dios. Resulta lógico en un contexto de Guerra Fría, donde la amenaza nuclear teñía la cotidianidad y los medios de comunicación mostraban, y ya no sólo relataban, los horrores de los conflictos bélicos y los movimientos que surgían en respuesta.
En definitiva, “Jesucristo Superestrella” ha soportado el paso del tiempo con gracia y honor. A más de 50 años de su estreno, conmueve, moviliza e inspira. Y por qué no decirlo: escuchar la banda sonora reversionada por Camilo Sesto sólo agrega más fuerza a un clásico absoluto que impresiona, me atrevo a decir, tanto a creyentes como a no creyentes.